El imprentero de Breslavia

Hacía muchos años que volvía de su trabajo en bicicleta, recorriendo la margen del río Óder, pasando por el Rynek, con la ansiedad por llegar pronto a su casa. Allí lo esperaba ella, su compañera, que había perdido la vista hacía tantos años que su manejo de la casa era correcto, si lo hacía sin apresuramientos ni torpezas.

Él trabajaba en una imprenta. Toda la vida trabajó allí. Y cuando quedaban algunos pliegos con pequeñas fallas, que debían arrojarse al recipiente de residuos, él tomaba algunos, los que consideraba interesantes, para llevárselos a su casa y poder leérselos a su compañera. Y en ese melancólico espacio que quedaba entre la merienda tardía y la cena, él leía una historia, un cuento o una nota de revista.

Aquella tarde, apurado por salir, porque tenía que pasar por la panadería para recoger un postre que había encargado el día anterior, para celebrar el cumpleaños número cuarenta de su compañera, se llevó los pliegos, levemente manchados, del libro de cuentos donde un ignoto escritor sudamericano, en perfecto castellano, narraba una historia que transcurría en una no menos ignota ciudad argentina, a la margen de un río.

Él se dio cuenta del error. Sin embargo, leyó en perfecto polaco aquella historia, sin tener la menor noción de lo que traducía a través de su imaginación:

—El día amaneció húmedo, como siempre en esa época del año. La gente iba a cumplir con su rutina, caminando o en bicicleta, absorbiendo con sus sentidos el aire generoso que provenía del río, tan grande, que parecía un mar.

Ella interrumpió la lectura con una apreciación:

—Se parece mucho a nuestra ciudad.

Él respondió:

—Sí, puede ser.

Luego, sonrió algo incómodo, sin imaginarse que esa traducción que estaba inventando decía, letra a letra, exactamente, lo que expresaba el ignoto autor sudamericano en su ficción original. Posó su vista en el pliego, y continuó leyendo.

Wroclaw, Poland (Breslavia, Polonia)

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