Acerca de raúl astorga

Escritor y periodista rosarino. Autor de cuentos, novelas y guiones, coordinador de talleres de escritura.

Acerca de nosotros

El camino de la costanera ya no es el mismo, los silos pintados ya no están, alguien o algo se encargó de demolerlos, y las luces iluminan la barranca como advirtiendo el peligro de andar cerca. Intento escuchar una voz, algo que delate aún cierta presencia de Diana. Hay un viento leve que mueve los árboles en un susurro que se parece mucho a la poética que tenían las letras de las canciones rosarinas cuando me fui. El río va en silencio, como intuyendo que pueden sacarle el agua de sus entrañas, va en silencio pero va, siempre hacia el mismo lugar: hacia el océano. Como todos los que se han ido a lo largo de nuestra historia, siempre hacia allá, hacia el otro lado de la Tierra. El césped es cálido, es casi lo único que sigue casi igual. Hemos estado viviendo en este césped, hemos hablado, hemos discutido, hemos soñado, hemos contemplado cielos transparentes de madrugada. Ya poco es igual, nada, nada es igual. Es la vida. Esto es la vida, lo que fue y lo que no vuelve a ser. Hay un silencio diferente en el aire. Alguna vez, aun con el silencio más absoluto, un disparo, un escape de una moto, un silbato de locomotora, algo de eso a lo lejos aparecía como un rumor que advertía que había vida en alguna parte. Sentado en esta especie de banco percibo un silencio desconocido que no se quiebra ni siquiera cuando aparece una especie de helicóptero muy pequeño que barre con un iluminador el lugar, sin hacer el mínimo ruido de motor. No veo el color, no sé si es civil o militar, se detiene arriba de mi cabeza, me escanea, no sé, no puedo describirlo, se queda como a la espera. Son unos segundos que parecen una eternidad. Decir que me hace una radiografía es faltar al término. Creo que me hace una tomografía. No sé si es un vehículo a control remoto. No sé si transporta gente, si patrulla, no sé. Todo es distinto. Sudamérica es digital. Se va alejando despacio, sigue su camino, no sé si volverá, no sé si puedo seguir camino, no sé, ni me interesa saberlo. Ahí, al instante, de casualidad, levanto la vista y en el cielo aparece una imagen holográfica de un tablero led donde se lee: puede continuar su camino. Permanece fijo un minuto, más o menos, luego comienza a titilar, otro minuto, más o menos, hasta que se apaga definitivamente. Pienso hacia dónde voy a ir, si hacia la que fue mi casa, sin mamá nunca más aparecida, sin rastros y una vida, tal vez, mejor sin mí. Pienso ir hacia el norte, hasta la casa que fue o es de Marcia, de tío Fran, de mi primo que nunca fue futbolista profesional, o internacional al menos, porque nunca hubo noticias de él ni en la televisión, ni en la radio, ni en internet. Es de noche, pero no es tarde. A unos metros hay una plataforma por la que se accede al monorriel que lleva pasajeros hacia el norte. Voy, espero, no hay nadie allí que me acompañe. Van quince minutos. Van treinta minutos. Van cuarenta y cinco minutos.

(de mi novela «Acerca de nosotros», 2019)

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