Un lugar efímero, la Literatura

Mañana es hoy nomás, vos vivís, soñás, volcás toda tu experiencia en un papel. Mañana es hoy nomás, aunque uno crea que el tiempo está allá, tras el horizonte.  Escribir, escribir, es una manera de exorcizar las frustraciones. Si escribís aventuras vibrantes, es porque deseás vivirlas, si escribís acerca de viajes, es porque deseás viajar, si escribís sobre el amor, aún cuando no lo nombres, es porque algo de amar y ser amado está escondido en tu deseo. Y todo va y viene, aunque a veces parezca que va más que lo que viene. Y todo está encerrado en un lugar efímero que llamamos literatura. Y, aunque la creatividad no se agote en sí misma, hay momentos más fuertes que uno, que nos llevan a detenernos un poco, hacer un paréntesis y contemplar el panorama para volver por otro momento, también efímero, llamado literatura. Y si los lectores se quedan esperando es porque la cosa funcionó, y todo ese caleidoscopio de escenas, personajes y párrafos se queda dando vueltas eternamente, o hasta que reabrimos el juego. De ahí ese puente hacia los mundos creados, de ahí esa tarde, en la calle, cuando aparece Rosaura y te abraza sin que comprendas demasiado y te agradece que hayas encontrado al Cachi, su hijo perdido hacía años. De ahí, esa cofradía de voraces lectores que se encontraron con el árbol de los libros sin recordar exactamente dónde está, entre qué calle y qué calle, en medio de qué pasaje, y no importa tanto si cuando existe la necesidad de leer salimos a buscarlo y lo encontramos. De ahí, que esa mañana, cerca del mediodía, cuando los rayos del sol advierten que la tarde traerá más vida, en el Cortázar, con Camila recorriendo mesas para dejar bebidas y comidas mágicas y literarias, y la aparición de Nadio que celebra del brazo de la chica del cabello rojo que sus caminos no se bifurcarán más. La entrada de Marquitos, el beso a Camila y la entrega, en sencilla ceremonia, de un ramo de flores que confirma que consiguió un laburo como para empezar a gestar algún proyecto que apunte hacia el horizonte, sin saber qué hay detrás, y qué importa qué hay detrás, es esa la idea, no saber qué hay más allá. De pronto la voz de Any, la cantante urbana y amor de su vida de Raiter, iluminada por los rayos que caen atrevidamente sobre el pequeño escenario. La voz de Any implorando: Galileo, Galileo, Galileo Fígaro… Y el muchacho de blanco que pasa por la ventana este, y la persecución que iniciamos con Raiter, hasta atraparlo en la otra esquina y preguntar, y esperar una respuesta de su parte que dice: ya me preguntaron alguna vez y no me dejaron volver, ya me preguntaron por mi pelo largo, por mi música, por mis libros y no me dejaron volver, me quedé vagando por mis lugares desde los setenta y, después de todo, otros no pudieron ni seguir vagando por sus lugares. La vergüenza de los dos, volviendo al café Cortázar sabiendo que no preguntaríamos más, y que el muchacho de blanco estaría entre nosotros siempre, siempre que haya literatura, ese lugar efímero. La soledad de la editora noctámbula se acerca a la soledad de nuestros textos y sigue su camino, acercando sus labios al oído de cualquier persona que esté escribiendo algo en un bar, en el banco de una plaza, bajo el sol, bajo un paraguas, prometiendo ediciones ventajosas que quién sabe si algún día verán la luz. Y todo decanta en la idea, promesa, ganas, o lo que fuere de escribir esa novela a dos manos, aunque se sigan los dictados de esa solitaria inclinación a desbordarse de palabras propias, que puede terminar en novela, cuento o lo que tenga que ser. Al fin y al cabo, uno vive rodeado de seres que ama, aunque existe una ínfima fisura de deseo de algo que no está presente y que se convierte en una necesidad de sumergirse en un refugio que es lo menos peor que otros refugios con consecuencias indeseables, y uno se convierte en un pobre lector, para luego pasar a otro estadio y convertirse en un pobre escritor y, en definitiva, uno no mató a nadie, sólo contó historias que, en muchos casos, se comparten con gente que tiene los mismos deseos de refugiarse. Sólo importan las personas. Y ya no importa nada, si otras cosas se han perdido en el camino, ya no importa realmente si la vida es una rapsodia con momentos felices, momentos tristes, momentos rápidos y momentos lentos, momentos con sonidos naturales, momentos con sonidos eléctricos. Ya no importa nada, realmente, si podemos de todas maneras encontrar en el instante justo ese lugar efímero que nos contenga, ese lugar efímero llamado literatura.

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